Estamos más que seguros que Manuel, aquel joven emprendedor católico de allá por los años 30 y tantos del siglo pasado, quería, para su vida, algo así como una vida, digamos, ordinaria. Seguir su vocación de educador y hacer todo lo posible para que, quien lo conociera, supiera que tal era su vocación.
Sin embargo, ya sabemos que una cosa es lo que nosotros anhelamos y otra, muy distinta, lo que acaba siendo.
Hace unos pocos artículos dijimos que hablaríamos pronto de la voluntad periodística de Lolo. Y ya ha llegado el momento de cumplir con tal expresa promesa.
Hemos titulado que la vocación de Lolo, la de periodista, fue, en cierto modo, obligada. Y es que fue la enfermedad que empezó a padecer a principios de la década de los 40 del siglo XX la que le llevó por ese camino. Y lo recorrió, sin duda alguna, de la mejor manera posible. Y es que hay obligaciones que acaban convirtiéndose en verdaderas vocaciones. Y tal es el caso de Lolo. Y lo bueno de esto es que se lo tomó tan en serio que ha llegado a ser el primer periodista seglar que ha subido a los altares aunque él no creía que fuera Beato (se lo dijeron una vez en la Guerra Civil y consideró que tal caso no se daría…).
Aunque ya lo hemos utilizado en otra ocasión, vale la pena traer ahora aquí lo que Lolo escribe en su libro “Cartas con la señal de la Cruz” y es donde plasma, a la perfección, su vocación periodística. Y es que después de decir no lo que no pudo ser por su enfermedad, dice lo que sí pudo ser y que es:
“El periodista que quise ser no ingresó en la Escuela; el pequeño apóstol que soñaba llegar a ser dejó de ir a los barrios; pero mi ideal y mi vocación los tengo ahora delante, con una plenitud que nunca pudiera soñar”.
Así, pasó a ser periodista y apóstol porque lo primero lleva implícito lo segundo si se saben hacer las cosas apoyándose en lo espiritual.
Cientos de artículos publicados en la prensa de la época atestiguan que a Lolo le interesaba todo y que no dejaba nada sin tocar.
Y, por cierto, hay una anécdota que lo dice todo acerca de la vocación periodística de Lolo y del sentido que quería que tuviese. Y es que, cuando autorizaron a que se celebrara misa en su casa, dada su enfermedad…, quiso que su máquina de escribir fuera puesta debajo de la mesa que iba a hacer las veces de altar. A esto, su hermana Lucy se extrañó mucho y Lolo le dijo:
“Qué sí, ea; aprisa; te la traes y la metes debajo de la mesa, para que así el tronco de la Cruz se clave en el teclado y eche allí mismo sus raíces”.
[wordads]
Así, “aprisa”, así llegaron sus artículos al Cielo, tocados por el gozo de saber sufrir. Por eso su “Decálogo del Periodista” es, hablando claro, oro puro para quien quiera desempeñar esta labor de forma convincentemente creíble y sana.