Lolo subió su Calvario
Es cierto y verdad que nuestra fe católica tiene expresiones que se suelen utilizar, digamos, para la vida ordinaria y vienen la mar de bien. Así, por ejemplo, solemos decir eso de “estoy pasando un calvario”… Y queremos dar a entender que bien, lo que se dice bien no lo estamos pasando sino, justamente, al contrario. Y eso es lo que le sucedió al Beato Manuel Lozano Garrido «Lolo»: pasó un Calvario, así, con mayúscula, de padre y muy señor mío.
Hace unas semanas presentamos aquí el Cómic sobre Lolo. Pues bien, en el apartado titulado “Un hombre fuerte y bueno. 1945-1960” la autora de aquel ha tenido a bien ilustrarnos el camino que Lolo siguió en su particular Calvario.
En realidad, este recorrido es, digamos, como una carrera que siguió el linarense universal. Así, aquí hay una salida y hay una meta y en determinados momentos, Manuel nos expresa cómo se encuentra en tal parte del recorrido. Y no extrañe que digamos eso de la “carrera” sabiendo cómo estaba Lolo físicamente. Y es que sabemos que el espíritu no tiene trabas físicas ni nada por el estilo. Y de eso es de lo que aquí se trata.
Empieza bien Lolo: “Me duelen los huesos” es una expresión que determina cómo podía sentirse cuando salió de aquella cueva en la Guerra Civil y la humedad de la misma atacó por ahí, por sus huesos. Y era algo que podía haber sido pasajero pero…
Poco a poco, Manuel se da cuenta de que puede moverse menos y de que su enfermedad es algo más que seria: segunda etapa de su particular carrera.
Lolo, como dice en alguno de sus libros, siente como si muchos alfileres le pincharan en todo el cuerpo. Y, bueno, alguien podría decir que si le pinchaban pero lo hacía de vez en cuando… Pero no, nos dice que siente pinchados no sólo en todo el cuerpo sino “a todas horas” lo cual acrecienta su fama de ser más fuerte que el común de los sufrientes: tercera etapa.
No queda ahí la cosa, como podemos suponer. Y es que se da cuenta nuestro hermano Lolo de que no es que le duela esto o lo otro sino que es un “dolor viviente” y bien que lo era porque, en verdad, su sufrimiento era del todo y más que del todo: cuarta etapa.
Esto, así dicho, es duro de leer y, sobre todo, de sufrir. Pero aún tenía que sufrir Manuel un dolor más que grave para alguien que ve las cosas, que las ve y las siente: se quedó ciego los nueve últimos años de su vida. ¡Ciego! Entonces, como podemos entender y nos lo dice él mismo, sólo ve con los ojos del corazón: quinta etapa.
Y la meta. Aquí, la verdad, es que hay meta y la misma es, además, la anhelada por todos los discípulos de Cristo: Cristo mismo y su Cruz. Y es que, como sabemos, el discípulo no puede ser más que el maestro pero, al menos, igual sí: igual de sufriente. Y eso sí lo fue Lolo.
Eleuterio Fernández Guzmán
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