Sobre Lolo y sus libros – Hablando con el Padre Eterno
Con la luz por entre las rendijas, cada amanecer
irá filtrando una conciencia de amor que se crecerá
en las revueltas de cada día como un indicador
de estímulo o de remordimiento.
El Diario, así, como un semáforo de Dios.
Dios habla todos los días, p. 18
Es bien cierto y verdad que para un creyente católico, el hecho mismo de querer hablar con Dios no es poca cosa y es mucha, si sabemos explicarnos. Y por eso que Manuel Lozano Garrido titulara un libro suyo “Dios habla todos los días” debía querer decir algo. Y, claro, tampoco debe extrañar que el libro de tal título sea un diario pues, eso, Dios habla todos los días y así conviene reseñarlo.
Las palabras que hemos puesto para empezar este artículo son las que escribe Lolo antes de empezar la primera parte del mismo. Y, como vemos, con un adelanto de lo que ha de ser el mismo. Así, entiende nuestro amigo que ha de ser una vida como la suya pues subtitula el libro “Diario de un inválido”.
Saber escuchar a Dios, en su vida, fue crucial para Lolo. Y es que, a través de las palabras, dadas al corazón de aquel, llamado, inválido, Quien lo había creado ora sembró dolor, ora alegría, ora gozo y esperanza. Y Lolo siempre dispuesto a escuchar, en su sillón de ruedas, de cara a su mesa de trabajo, enfrente de la ventana que lo comunicaba con el resto del mundo pues el suyo, su mundo, estaba conformado por una relación muy estrecha con el Todopoderoso. Lolo era, por decirlo así, un plumilla del Padre Eterno que sembraba palabras como quien hecha simiente en tierra fértil… para que crezca lo sembrado.
Es cierto que en su vida había horas que le proporcionaban palabras de sangre pero también lo es que había luces, que en su diario vivir y en su diario escuchar a Dios, que habla todos los días y ninguno deja de hacerlo, no sometía su vida al imperio del infortunio o del mal pasar sino que, a contrario, el Bien prevalecía en su existencia. Y también es cierto que desde su corazón, allí donde dejó que anidase la Palabra de su Padre del Cielo, nació aquello que, hoy día, nos trae el recuerdo de alguien que escuchaba a Dios no un momento, por conveniencia sino, al contrario, siempre y más que siempre.
Manuel, aquel joven que, siendo maestro, digamos, de estudios, acabó siéndolo en una casa de Linares (Jaén, España) y para todo aquel que se dirigiese a su compañía y que requiriese un cómo o algo más que un cómo, digamos, una razón de ser de las cosas del alma y de la vida misma, sabía escuchar. Y no lo hacía sólo con los muchos amigos que tenía y a los que aconsejaba o hablaba sino que tenía una predilección muy especial para hacerlo con Aquel que ya había dicho que debíamos escuchar a su Hijo, que era su amado. Y Lolo, que esto también lo supo hacer, no dejó, ni por un momento, de arrimar el oído a la boca del Padre. Y gracias a eso nosotros, tantos años después de sus conversaciones con Quien todo lo puede, podemos aprovecharnos, para bien, de sus pláticas.
Lolo, pues, sabiendo que Dios habla todos los días, lo escuchaba. Y ahora, seguro, mucho más de cerca.
Eleuterio Fernández Guzmán
[visual-link-preview encoded=»eyJ0eXBlIjoiZXh0ZXJuYWwiLCJwb3N0IjowLCJwb3N0X2xhYmVsIjoiIiwidXJsIjoiaHR0cHM6Ly93d3cuZW5jbGF2ZWNvZnJhZGUuY29tLyIsImltYWdlX2lkIjo2NTU3MCwiaW1hZ2VfdXJsIjoiaHR0cHM6Ly93d3cuaW5mb2xpbmFyZXMuY29tL3dwLWNvbnRlbnQvdXBsb2Fkcy8yMDIxLzA1L0xvdGVJbmNpZW5zb3MwMS0xNjE5OTkzOTMwNzU2LmpwZyIsInRpdGxlIjoiRW4gQ2xhdmUgQ29mcmFkZSIsInN1bW1hcnkiOiJUaWVuZGEgb25saW5lIC0gQ29tcHJhIHRvZG8gdGlwbyBkZSBwcm9kdWN0b3MgY29mcmFkZXMuIEluY2llbnNvcywgcmVnYWxvcywgZGVjb3JhY2nDs24sIGhlcm1hbmRhZGVzIHkgbXVjaG8gbcOhcyBlbiBFbiBDbGF2ZSBDb2ZyYWRlLiIsInRlbXBsYXRlIjoidXNlX2RlZmF1bHRfZnJvbV9zZXR0aW5ncyJ9″]