Lucero, testigo nunca mudo de Lolo
«Lucero» más bien pudiera parecer nombre para una caballo o una yegua. Pero no, no se trata de eso sino del nombre que Lolo le puso a su máquina de escribir (al menos, a una de ellas y, en concreto, la que vemos en la imagen de arriba) que, en cierto modo, también saltaba por el folio para dejar por escrito los pensamientos de Manuel. Y es que aquí todo tiene mucho que ver. Y escribir esto es posible gracias, también ahora, al P. Rafael Higueras Álamo, a la sazón sacerdote-amigo de Lolo y ahora Postulador de la Causa de Canonización (ya lo fue de la de Beatificación) de nuestro Manuel Lozano Garrido, Beato, que le dijo, a quien esto escribe, algo que tiene, según tenemos claro, más importancia de la que parece.
Como es propio de un escritor de talento innato (aunque desarrollado con esfuerzo y tesón) como era el Beato Lolo, cuando le pone tal nombre a una máquina de escribir (la idea, en sí misma, es más que genial y muestra la relación tan estrecha que tenía con tal instrumento que era, en definitiva, quien dejaba escrito lo que salía de su corazón) no lo hace a tontas y a locas sino que tiene razones más que suficientes como para ponerle el que le pone y no otro.
“Lucero”, sin duda, fue testigo de Lolo. Y fue testigo no mudo, como decimos en el título, porque habló de la manera propia de las máquinas de escribir: a fuerza de teclas y llevadas por las manos que en cada momento hiciesen uso de ella (en la imagen, Lucy, pero suponemos que otras personas hacendosas hicieron otro tanto) Y su habla se trasladó a los libros y artículos en prensa que Manuel Lozano Garrido sacó directamente de su corazón donde el Espíritu Santo, allí en su Templo, le soplaba con gemidos inefables que Lolo oía y escuchaba.
Nosotros, de todas formas, creemos que Lucero
Se refiere a Lucy, que tantas veces debió ponerse a sus riendas,
Se refiere a la luz que emanaba de ella,
Se refiere a lo que brilla en el corazón de Lolo,
Se refiere a lo que tiene esplendor y lustre,
Se refiere a lo queda, ya para siempre, dicho y deja su rastro de iluminación.
Fue a través de aquella máquina de escribir mediante la cual Lolo, cuando ya no podía hacer uso de sus manos o, simplemente, cuando la ceguera se había apoderado de su vida, supo dar a entender que sí, que querer es poder por muchos obstáculos que se tengan que salvar para que lo sea y que si, además, se coloca la máquina debajo de su mesa-altar para que en ella arraigue la luz de Cristo… en fin, como que resulta del todo normal y lógico que de ella surgiesen palabras que podían, muy bien, sobrenadar los sufrimientos que padecía el padre de todas aquellas buenas expresiones y frases. Y en ellas, al menos en muchas de ellas, “Lucero”, aquella máquina de escribir pequeña, tuvo que jugar el papel que sólo pueden jugar aquellos que se saben en manos de un corazón grande.