Lucy, que todo lo fue

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Hablemos de Lolo y Lucy: Lucy, que todo lo fue

Como suele ser habitual, las cosas acaban y terminan. Y nada mejor que hacerlo con lo que, en general, expresa el Beato Manuel Lozano Garrido acerca de su hermana Lucy. Y es lo que dice para terminar la dedicatoria de su libro “El sillón de ruedas”:

“A toda ti, Lucy hermana, por quien hoy toco, veo, canto, rezo y amo; a ti, radiante, a quien ha encarnado, sobradamente, la Ternura.”

Es por ella. Es decir, Manuel Lozano Garrido sabe muy bien que es gracias a su hermana Lucy por quien hace todo lo que aquí dice que hace, ya para terminar su dedicatoria. Y es, que, sencillamente, es cierto y no falta a la verdad a la que nunca se opuso Lolo.

Empecemos por el final. Y es que todo lo resume el Beato linarense diciendo que Lucy encarna, representa, es, la Ternura, así dicho con mayúscula. Y es que en ella ha tenido siempre el enfermo y sufriente hermano a quien ha puesto sus manos, sus ojos, su corazón a disposición de quien necesitar que se le echara, una mano, un necesitar ver el mundo y lo que lo compone y, en fin, un ser corazón tierno de carne que se da sin medida.

Es a través de Lucy, por su voluntad gozosamente entregada a Lolo, por quien ha conocido éste lo que no podía ver con sus ojos y no sólo cuando se quedó ciego sino mucho antes cuando sus dificultades físicas le impedían tener una visión de las cosas (recordemos su viaje a Lourdes, unos años antes de perder la vista cuando no podía mirar para ver a la Virgen y Lucy le colocó un espejo para que pudiera verla…) Y es que casi nos podemos imaginar la escena:

-Lolo: Lucy… que no veo, que ya no veo nada…

-Lucy: No te preocupes, Lolo, que yo seré tus ojos…

-Lolo: ¡Lucy, cuánto te quiero y cuánto me quieres!

Y, entonces, escribiría Lolo en uno de sus diarios algo así: “Y entonces, Lucy me abrazó porque sabía que la necesitaba más que nunca. Y fuimos uno solo en la adversidad y la esperanza.”

Sí, es difícil que se pueda llegar a ser todo para una persona y la misma se dé cuenta de que, en efecto, lo es por ella y para ella misma. Y Lolo, digámoslo así, lo tenía más que claro y así lo expresó en aquella dedicatoria de su primer libro de título bien significativo y que aquí ha sido repetido muchas veces: “El sillón de ruedas” que era, exactamente, el sitio desde donde alguien que mucho sufría mucho, también, supo mostrar y demostrar que las dificultades físicas no obstan para llevar una vida plena y bien plena. Y en todo eso, en todo aquel desarrollo vital, emocional y fiel a Dios estuvo siempre Lucy, verdadera luz que iluminó la vida de Lolo, su hermano-hijo, si se nos entiende bien.

Y nada mejor que decir gracias, Lucy, porque seguro que Dios ya te lo ha pagado.

Eleuterio Fernández Guzmán