“LOLO” UN SANTO DE NUESTRO TIEMPO
Capítulo 3. “Lolo” con los enfermos
En Mayo del 1.958 “Lolo” va a Lourdes con una peregrinación de enfermos. El viaje fue muy penoso para él, porque todo el trayecto lo hizo sentado en una silla que pusieron en el pasillo del vagón, ya que no pudieron colocarlo en los asientos.
Allí en la gruta, “Lolo” le dijo a la Señora: “Te ofrezco la alegría, la bendita alegría, la fecunda alegría”. Su hermana Lucy, que lo acompañó, le preguntó: “Lolo, le has pedido a la Virgen que te cure? ”Lolo” le respondió: ¿Cómo voy a pedir un milagro para mí con todo lo que estoy viendo?
En aquel viaje conoció una serie de enfermos a los que quiso ayudar e ilusionar con el fin de no desperdiciar el potencial de redención que Dios había puesto en cada uno de ellos. Y con este objetivo fundó la Obra Apostólica “SINAI” cuya finalidad era formar grupos de enfermos que, asociados a un convento, ofrecían sus dolores y oraciones para que los periodistas fuesen fieles a la Verdad del Evangelio.
“Lolo”, los diez últimos años de su vida, hizo una revista bimensual (que conservamos en nuestros archivos), que con el título de “SINAI” mandaba a los enfermos y periodistas a los que pretendía ayudar con sus oraciones y sufrimientos.
A la muerte de “Lolo” eran 300 enfermos de toda España y 25 conventos los que daban vida a “SINAI”. Hoy tenemos 42 grupos de “SINAI” que siguen con esta maravillosa misión.
“Lolo” al poco tiempo de empezar a escribir se le paralizó la mano derecha, aprendió a hacerlo con la izquierda que poco después también se le paralizó. Tenía que escribir con un lápiz atado a uno de sus dedos. Al iniciarse la década de los sesenta su cabeza se inclinaba hasta hacerle rozar el pecho con su barbilla. Hacía años que no podía masticar porque las mandíbulas se le habían encajado por lo que, para pasarle alimentos líquidos, tuvieron que extirparle varias piezas dentales.
En otoño del 1.962 se queda ciego. Ya no puede leer ni escribir, pero el regalo de un magnetófono que le hicieron dos amigos, le permitió grabar lo que quería escribir, ya que él, con el nudillo de su mano derecha, podía accionar el botón de puesta en marcha y parada. Aquello fue maravilloso para “Lolo”.
El cambio degenerativo de su enfermedad le produjo diabetes (había que inyectarle insulina) y tenía un cálculo renal de gran tamaño que no se le pudo extirpar. La consecuencia de este cuadro clínico es un dolor constante. “No hay una sola célula de mi cuerpo que no tenga clavado su alfilerito” escribió en uno de sus libros. El doctor Palma Burgos, que estudió el “caso Lolo” nos dijo que “una consecuencia lógica de los que sufren este tipo de enfermedad, es la angustia. Con ella la voluntad desfallece y lo único que se desea es la muerte”.
Pero la respuesta de “Lolo” fue una meditación íntima y profunda que le llevó a descubrir que “ el dolor no es solo y exclusivamente consecuencia del pecado sino, más bien, un estado intermedio de purificación, ya que la voluntad y la intención de Dios es el perdón universal y la salvación de todos los hombres” y esto no quiere decir que “Lolo” fuera un masoquista: “ ¡ Que dura es la angustia, aunque, qué voy a decirte yo que Tú no sepas ! ” , escribió “Lolo” en uno de sus libros.
“Lolo” le teme al dolor como le teme a la muerte, pero cuando descubre el valor sobrenatural que puede tener el sufrimiento, lo acepta y lo ofrece solidariamente con los que sufren como él, y es entonces, cuando en “Lolo” se produce el gran milagro de transformar el dolor en alegría, que daba y ofrecía sin límites, a cuantos teníamos el privilegio de ser sus amigos o leer sus libros.
Por eso, con la autoridad del que conoce, por experiencia, el dolor, puede decirles a los que sufren como él: “No os digo que no lloréis, porque las lágrimas son el regadío de vuestra parcela de lo eterno. Sí que lloréis sin rabia ni desesperación, con amor y entrega, cuidando de embalsar vuestro dolor en el ancho mar de la esperanza para que no se pierda”. Y en sus cartas a los enfermos van más allá del consuelo cuando les dice: “Cristo está en todo el que sufre. Desde que Cristo lloró en un olivar las lágrimas redimen. Y si no vemos a Cristo, delante de nosotros, cuando sufrimos, es porque está a nuestro lado llorando también con nosotros”.
Al exhumar los restos de “Lolo” para llevarlos a la Basílica de Santa María de Linares, los doctores, que, a petición del tribunal eclesiástico, los analizaron, escribieron en su informe que “A la vista de las deformaciones óseas, nos quedó la impresión de que “Lolo” fue un dolor viviente”.
José Utrera Infantes